Alfredo Vílchez Díaz vio la espléndida luz de Granada en abril de 1947, es decir ¡en la primera mitad del siglo pasado!. Montañero de número de Sierra Nevada en una época en que los pobres aún usaban, cuando las había, cuerdas de cáñamo, piolets de mango de madera, crampones de seis puntas, botas viejas de casa y jerseys hechos por la madre, disfrutó del aire limpio y los espacios abiertos de sus montañas cuando la gente aún pensaba que entre el montañero y la cabra había poca diferencia, en todo caso a favor de la segunda.
Luego el viento de la vida se lo llevó de sus cumbres y fue miembro asociado de las sierras de Guadarrama y Gredos, donde continúa las prácticas en la actualidad.
Cuando le dieron las gracias por los servicios prestados y le enviaron a casa a jugar a la petanca, vio que era el momento de hacer realidad un sueño imposible, y, subido en sus botas, se dedicó a recorrer España.
Su evidente enajenación le ha llevado a escribir poemas y publicar algunos en poligrafías como “Hilos de cometa” o “Aleaciones”, e incluso, en el colmo de la manía, está preparando otras obras poéticas en solitario.
Entusiasta de los perros y los caballos, acepta también la compañía de otros cuadrúpedos y aves cuando estos o éstas tienen a bien acercársele. Los bípedos los soporta menos, y siempre hace una exigente selección.
Apasionado de la historia, llevó su fanatismo hasta el extremo de licenciarse en la universidad de Granada y doctorarse en la Complutense de Madrid. Incluso se ha atrevido a ser autor de varias publicaciones de investigación histórica. En ese ámbito, fue uno de los pocos universitarios de 1968 que no estuvieron en el mayo francés.
Piensa seguir caminando y escribiendo hasta que Dios quiera y el alzheimer lo permita.